El PS y los otros partidos que gobernaron con Allende tienen que responder a la pregunta de qué hizo aquel gobierno que provocó una dinámica de extrema polarización, que determinó que la política se volviera estéril y la sociedad quedara atrapada entre el miedo y el odio. Fue catastrófica la pérdida de las libertades y muy alto el costo humano como para lavarse las manos. Es hora, pues, de poner fin a la coacción moral de calificar las críticas al gobierno de la UP como una ofensa a la memoria de las víctimas de la dictadura. Lo que las ofende, en realidad, es tapar las verdades incómodas.

A comienzos de 1970, Allende suscribió un programa de gobierno en cuya elaboración no participó, y que planteaba el objetivo de avanzar al socialismo. Pero, ¿qué era el socialismo? Más o menos lo que entendía todo el mundo: el control estatal de la economía y el gobierno indefinido de los revolucionarios. Esa era, por lo menos, la matriz impuesta por la Unión Soviética en los países de Europa del Este. Las explicaciones que daba la izquierda para aclarar que no se trataba exactamente de eso fueron siempre confusas y contradictorias.

Cuando se dice que Allende encarnó «la vía chilena al socialismo», se alude a una especie de modalidad sin dictadura, pero que conducía aproximadamente al mismo objetivo. En todo caso, los discursos de quienes llamaban a avanzar sin transar y a prepararse para el enfrentamiento, hacían esperar lo peor. Allende ignoraba los fundamentos del funcionamiento de la economía, pero respaldó una política económica que, en los hechos, definió la suerte de su gobierno: fue el proyecto anticapitalista que supuestamente iba a corregir la desigualdad, pero terminó provocando hiperinflación, desabastecimiento, mercado negro y desarticulación de la economía.
Es justo reconocer que Allende no persiguió a los opositores ni estuvo dispuesto a convertirse en dictador. ¿Podría haber evitado la salida de fuerza? Quizás si hubiera defendido la nacionalización del cobre y pactado todo lo demás, o llegado a un acuerdo con el Congreso para adelantar la elección presidencial. Pero no tuvo la decisión ni las fuerzas para hacerlo. La realidad es que, en la etapa final, muy solo, no dirigía ni a su propio partido.

La UP fue una fuerza minoritaria, sin sentido de la realidad, que propuso avanzar hacia un espejismo. Muchos hombres y mujeres de izquierda pagaron con su vida las consecuencias de ello durante la dictadura. Precisamente por eso es que no sirven la mitología ni el escamoteo de las evidencias del desastre. Se puede aprender de la historia, pero lo primero es querer aprender. Efecto directo de no identificar el origen de la tragedia de ayer es hacer una mala lectura de la realidad de hoy. El proceso de renovación de la izquierda en los años 80 intentó sacar enseñanzas de lo ocurrido, lo que contribuyó al éxito de los gobiernos de la Concertación. Sin embargo, parece que algunos quieren volver atrás. El PS acaba de realizar la conferencia programática «Salvador Allende Gossens», en la que levantó la bandera de la nacionalización del litio y otros recursos naturales, e insistió en la convocatoria de una asamblea constituyente. Parece que es cierto que se puede tropezar dos veces en la misma piedra.
Q buen análisis, objetivo y sin descalificaciones. Toda la razón, un homenaje sin establecer aciertos y fracasos es un claro intento de ocultar la historia para enmendar rumbos.
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