Fachos pobres

Por Carlos Peña González

Se ha afirmado que las personas que, sin pertenecer a los sectores sociales de mayores ingresos, votaron por Piñera, lo habrían hecho enajenadas, fuera de sí y de su clase, motivadas por el arribismo, empujadas por simples deseos de asimilación, por el tonto anhelo, se atrevió incluso a agregar una actriz, de ser invitados al Club de Polo.
Serían, se dice en las redes, «Fachos pobres».
«Idiotas», personas carentes de capacidades cívicas, agregó un diputado.
El argumento es similar al que alguna vez esgrimió el ministro Eyzaguirre cuando sugirió, envuelto en un entusiasmo redentor, y empleando ese tono informal de quienes no dudan de su lugar social, que el anhelo de los sectores populares y medios por escoger colegios privados no era más que una forma de arribismo, el resultado de la rara seducción que ejercían en ellos los nombres en inglés, el deseo de relacionarse con gente con el pelo rubio o más claro -insistió el ministro.

Lo grave no son esos insultos, esas frases derogatorias (después de todo, un insulto es como un escupitajo o una pedrada).
Lo grave son los prejuicios intelectuales y las convicciones de quienes los profieren.

Desde luego, muestran que en ciertos sectores de izquierda (especialmente quienes tienen o presumen tener origen burgués, y para quienes ser de izquierda es como una pose, o un apostolado, o una forma de voluntariado, que viene a ser casi lo mismo) impera el peor de los paternalismos: la creencia de que la gente de origen popular, cegada por su ignorancia, por sus torpes anhelos, entontecida por la publicidad o sus pobres ambiciones, no sabe lo que quiere y al momento de elegir traiciona sus verdaderos intereses.
Ese prejuicio es el que inspira el rechazo al consumo de masas, la convicción de que la gente, cuando compra un televisor cada vez más grande, accede al auto chino, renueva sus zapatillas, se endeuda para viajar, trata de escoger el colegio, emplea una y otra vez la tarjeta de crédito y pasea en el mall con sus niños, en realidad lo hace por simple arribismo, por el estúpido anhelo de ser admitido en el Club de Polo. Y el izquierdista burgués (sea porque tiene ese origen o porque presume tenerlo, o porque, como en la fábula de la zorra y las uvas, quiso tenerlo y no pudo), ese izquierdista que cree que ser de izquierda es como ser un apóstol, alguien que está llamado a redimir a los demás, no logra entender a esa gente que parece estar satisfecha con su situación, con sus deudas, con el auto chino, con el colegio subvencionado. Y el izquierdista burgués se frustra porque él es alguien que necesita un pueblo que se sienta abusado para poder ser él un redentor.
Y por eso -cuando no como fruto de la estupidez o la simple ignorancia- acuña el insulto de facho pobre.
Pero no es un insulto en realidad, es solo la racionalización tonta e ignorante de una persona que no entiende por qué quienes él piensa que está llamado a redimir, se resisten a tanta bondad suya.

Ese paternalismo -según el cual la gente necesita ser liberada de sí misma, de lo que siente y quiere- no solo inspira el rechazo al consumo de masas.
También alimenta la incomprensión de la sociedad contemporánea que tanto mal le está haciendo a la izquierda, y que acaba, tarde o temprano, deteriorando la democracia.

Después de todo, si, como lo habría probado esta elección, la mayoría se deja alienar, se deja adormecer; si se enajena, si se deja engatusar, si se mueve por arribismo, por una actitud simplemente imitativa de aquellos que la dominan y la explotan, ¿por qué habría de confiarse en ella a la hora de decidir cómo y quién gobierna? Si la cultura espontánea de la gente es tonta y torcida, si se deja llevar por los engaños de la publicidad y la promesa fácil, sin reparar en cuáles son sus verdaderos intereses, ¿por qué entonces confiar en la democracia? ¿No será mejor poner toda la confianza en las minorías esclarecidas que, ellas sí, son capaces de discernir cuáles son los verdaderos intereses de las mayorías abusadas?

El problema que revelan esos insultos a la gente que votó a la derecha es de índole intelectual: una grave incomprensión de las transformaciones de la sociedad chilena, cuyos grupos medios reclaman reconocimiento de la forma de vida que cultivan y a la que aspiran, algo que la izquierda que dominó estos cuatro años (apagando a esa otra izquierda que modernizó Chile), esta izquierda de estos cuatro años dominada por burgueses tardíos o culposos que ven en la izquierda una forma de apostolado, una misión redentora, un sucedáneo de la fe religiosa, no es capaz de comprender.

Las Cábalas y el Nuevo Gobierno

Por Cristian Labbé Galilea

Un grupo de discípulos de nuestros conversatorios semanales, autoproclamados  “los caballeros de la tertulia” me aguijoneó para que despidiéramos el año en un distendido almuerzo -sin temario, para hablar libremente de lo humano y lo divino-. Conociendo a los personajes pensé que el tema sería el indulto a Fujimori, el nuevo gabinete, el futuro de la DC o el repunte de la economía.

Como suele ocurrirme, estaba equivocado: dominó la conversación el tema de las cábalas para la noche del año nuevo. ¿Qué se debía hacer para conseguir que en los próximos meses se cumplieran nuestros deseos o que, al menos, no sucediera nada que echara por tierra las expectativas que se tenían con el nuevo gobierno?

Desde usar ropa interior amarilla, comer unas cucharadas de lentejas o doce uvas (de una en una), dar una vuelta con una maleta, barrer hacia afuera la entrada de la casa o rellenar los saleros, serían la solución para todos los males pasados y una garantía de prosperidad para el futuro.

Después de escuchar “la erudición de mis contertulios” en materia cabalística, aproveché el momento para -con una dosis de humor y algún aliño cultural- pasar “un aviso de responsabilidad política” que me pareció de vital importancia: “por suerte estamos en el siglo XXI, porque de no ser así, todos ustedes habrían terminado en la hoguera por apóstatas, por herejes y por dar fe a brujerías”.

Ante la sorpresa (y algunas risas) de mis parroquianos, que parecían no entender mi observación, agregué, “el solo hecho de pensar que el bienestar y el progreso de una sociedad o la bonanza y el futuro de una persona, dependen de una u otra cábala, es -para los tiempos que corren- tan absurdo como cuando se persiguió a Galileo (Italia, 1633) por su teoría heliocéntrica, que contradecía que la Tierra era el centro del Universo”.

Quise recalcar que el nuevo año viene, además, con cambio de gobierno, por lo que era fundamental que las dirigencias políticas, el empresariado, y todo aquel que tuviera  responsabilidades públicas o privadas, experimentaran un cambio de mentalidad. Insistí en que, más que cábalas, maniobras políticas o cuotas de poder, lo importante es asumir -sin dobleces- que el esfuerzo, la moral de mérito, la libertad, el orden, la seguridad y todos aquellos principios que definen la sociedad libre (y que se contraponen al asistencialismo, a los corporativismos y a todos los… ismos) es lo que va a sacarnos del estancamiento en que nos deja el actual gobierno.

Concluí señalando que, “El inicio de un nuevo año y de un nuevo gobierno –así como este almuerzo- son una muy buena ocasión para reflexionar sobre la tremenda oportunidad que tenemos… Les recomiendo que lean el libro “Civilización” de Niall Ferguson. Según este profesor de Harvard, los pilares del desarrollo político, económico y social de una sociedad son: la competencia; la ciencia; el imperio de la ley y el derecho de propiedad; la demanda de bienes; y, sobre todo, la ética del trabajo, con normas estables que combinan el tesón, la disciplina, la austeridad, con el ejercicio de la libertad”.

Por último, después de un rato, cuando la sensatez había vuelto a la mesa, las cábalas se habían olvidado y mientras esperábamos la cuenta, rematé señalando que los problemas de una sociedad no se solucionan por arte de magia, sino más bien -como dijo Churchill- con “…sudor y lágrimas”, y sin decir, agua va, saqué del bolsillo “mi pata de conejo” diciendo: ¡no creo en brujo, pero…!

la democracia y el porque de sus frustraciones y decepciones

Por Jaime Garcia Covarrubias

 Es común que se diga que la democracia está en crisis lo que nos hace a pensar que siempre, por su propia naturaleza, la democracia conlleva algún tipo de crisis. Sabemos que la sola necesidad de buscar consensos va tener como consecuencias naturales disensos. Más aun, quizás la sola práctica o ejercicio de la democracia genera las crisis.  Refuerza lo anterior, que es común que nuestros políticos para definirla, echen mano a la clásica definición de Churchill que “la democracia es el menos malo de los sistemas políticos”.

No obstante lo señalado, en la actualidad se observa un mayor alejamiento de la gente respecto al sistema democrático, que incluye rabia y hasta desprecio lo que es muy inconveniente para el futuro de la política y del país. El solo hecho de que la gente no acuda a votar, nos insinúa o que está muy de acuerdo con todo lo que sucede en la política y le da lo mismo participar o al contrario, tiene mucho distanciamiento y no ve en ella, la solución a sus problemas. Claramente, es esta última la razón la causante de la abstención electoral que ya comienza a hacerse crónica.

Por esto, es necesario tratar de identificar las “causas críticas” de esta frustración popular para estar en condiciones de entender lo que nos pasa y así perfeccionar el sistema democrático, obra humana y por lo tanto  perfectible. Si no se conocen las causas y anclajes de los problemas no es posible solucionarlos y la discusión y posibles mejoras se transforman en especulaciones que nunca llegan a buen puerto.

Esta opinión la doy pensando en Chile, pero los alcances de estas definiciones, sin lugar a dudas, también pueden tener vigencia para otros países de nuestra esfera geográfica ya que los problemas regionales tienen una natural relación producto de nuestras historias compartidas y cercanía física.

Tratando de identificar la actual crisis, podemos concluir que este deterioro es provocado por frustraciones y decepciones que vienen desde distintos orígenes y que, obviamente, tienen como consecuencia la perdida de sintonía de los ciudadanos con el sistema democrático.

Pues bien, ¿pero cuáles podrían ser esas frustraciones  y decepciones y sus respectivas consecuencias? Estas pregunta nos lleva a concluir que pueden haber múltiples causas y que por la transversalidad de estas no son fácil de identificar. Además, que se suma que habrá  algunas de más profundidad y otras más coyunturales.  Por ello, no pretendemos agotar todas las causas en este artículo, pero si afirmar que, como dicen los españoles, al menos “es todo lo que está, pero que no está todo lo que es”.

La primera es la pérdida de prestigio del Estado y la valoración cada vez más creciente de más libertades por parte de los ciudadanos lo que ha tenido como consecuencia el desequilibrio entre deberes y derechos. La política, según Hume, coloca siempre en tensión  a la necesaria autoridad del estado con las ansias de libertad de los individuos. Estas son inversamente proporcionales y la perdida de extensión de una aumentara la extensión de la otra. La debilidad de autoridad del estado en la modernidad ya fue advertida, por diversos autores, en los años ochenta. Esta, puede sobrevenir por “abarcar mucho o al contrario por abarcar poco”. En esto hay opiniones diversas y tiene que ver con la jerarquización que se haga respecto a la libertad confrontada con la autoridad y de lo que el ciudadano espera del estado. En este esquema se inscribe la tradicional pugna entre más estado o más mercado. Para algunos, como el francés Julien Freund, la política es más importante que el estado porque si despareciera éste, la política continuaría en una estructura diferente. Por supuesto que, la caída del muro Berlín hizo su parte ya que junto con el desplome de los ladrillos debilito la idea de un estado totalitario o muy gravitante en el mundo occidental.  Sin embargo, no podemos eludir que en pleno siglo XXI hay naciones como China o Corea del Norte, donde el estado más que un medio de la política se transforma en un fin en sí mismo.

La segunda es el impacto demográfico en el sistema democrático y con ello la imposibilidad de los partidos políticos de articular intereses de una población que aumenta y se segmenta en diferentes estamentos. Esto ha tenido como consecuencia decepción en la ciudadanía, por déficit de representación real.  Esta situación ya preocupaba a los políticos estadounidenses a fines del Siglo XVIII, cuando se imaginaban una democracia con el doble o triple de los ciudadanos de entonces. Para ellos, sin duda, provocaría muchas dificultades exigiendo, como lo plantea James Madison en el Número 10 del “El Federalista” un particular esfuerzos a los partidos políticos para “refinar” la opinión pública y articular los intereses y orientarse al bien público. La realidad nos muestra que el factor demográfico impactó a la democracia moderna y muy particularmente a los partidos políticos, donde su organización, estructuras y métodos son los mismos que cuando el país contaba con la mitad de la población.

La tercera es la incapacidad de las instituciones, propias de sociedades con explosivos desarrollos, de absorber a grupos que superaron, en una generación, la educación y status de sus padres, aumentando sus aspiraciones. Paralelamente, incapacidad de absorber las demandas de los sectores que quedaron marginados del mismo desarrollo y que obviamente, produce pobreza y desigualdad. Por ello, entonces, se perdió el equilibrio entre las aspiraciones de los ciudadanos y la infraestructura institucional, económica y social para expresarlas.  Sobre  esto nos advirtió Samuel Huntington, a fines de los sesenta, en su clásico libro titulado “El orden político en las sociedades en cambio” y nos lo ha recordado Francis Fukuyama hace algún tiempo. En suma, la consecuencia  ha sido frustración contra todo el sistema político.

En cuarto lugar debilitamiento del fundamento ideológico en la política y la conversión de ésta en puramente instrumental. Si bien es cierto el vicio de la ideología era la «ideologización» el de la instrumentalización política ha tenido como consecuencia la «corrupción».  ¿Cuál de ambas resulta peor? pareciera que claramente es la segunda ya que termina ligándose los políticos y, por ende,  la política con  grupos delictuales y mafias de todo tipo. Esto lo vemos frecuentemente en paises hermanos de la región y se prevé que no terminara en corto plazo, más bien, se profundizara. Esta circunstancia provoca que los mejores ciudadanos se alejen de la política y no quieran entrar a ella.

Por último, la quinta es lo que el General Manuel Gutiérrez Mellado protagonista de la transición española, llamo metafóricamente el «adanismo” aludiendo así al bíblico Adán, esto es remontarse o partir con el pasado, en todo tipo de discusión política o cuando se hacen negociaciones en pos de lograr acuerdos. Esa práctica, según Gutiérrez Mellado, de partir con el  pasado obligaba a pasar de nuevo por los acontecimientos que había separado a las partes, reviviendo viejas tensiones e impidiendo avanzar. Amen, de transmitirlas a las nuevas generaciones, teniendo como consecuencia crispaciones derivadas de problemas más de carácter histórico que actuales. En el caso de Chile, los actores políticos aún se encuentran “atrapados” en la crisis de los años setenta. Vemos que todo lo que ocurre en la actualidad se retrotrae a Allende o a  Pinochet. A mayor abundamiento, pareciera que los más jóvenes son los más “enganchados” o “apresados” en esta lógica y aunque señalan repetidamente que ellos no están clavados en el pasado, terminan invariablemente asumiéndolo. En consecuencia, se les puede aplicar el popular aforismo “Dime de que presumes y te diré de que careces”. En los últimos debates presidenciales pudimos comprobar que las soluciones que dan los jóvenes políticos no difieren mucho de las de los viejos.  Esto, reafirma que cuando la historia o los recuerdos nos dominan por sobre nuestros planes de futuro, es que envejecimos y también se puede “envejecer” joven. ¡No se trata de ser joven se trata de pensar joven!

De estas causas críticas, sin duda,  se desprenderán múltiples situaciones que no he considerado, pero me parece que las descritas son basales y seguramente seguirán persistiendo en la política, mientras nuestra clase política no busque soluciones realmente consensuadas acerca de estas materias.

Finalmente, a los ciudadanos nos subsiste la preocupación de que el principal problema de nuestras democracias es adolecer de  un amplio acuerdo sobre lo esencial.

Lo que le pediría

Por Karin Ebensperger Ahrens

Al Presidente electo Sebastián Piñera le pediría que rescate y promueva nuestros valores sociales fundacionales. Son esas conductas y apegos tácitos que permitieron que Chile, que nació como una pobre y lejana capitanía general en la Colonia, rodeada por potentes virreinatos, se organizara rápido como república. Nuestro país, mucho antes que otros de la región, valoró el respeto a la ley, se dotó de instituciones y se forjó una posición internacional respetada.

Al Presidente Piñera le pediría que resalte esa riqueza moral latente que nos podría unir. Que convoque los aportes de personas de todos los sectores posibles, meritorias, sin preguntarles su ideología. Durante demasiado tiempo los políticos nos han querido convencer de que tenemos una división ideológica insuperable, que carecemos de valores comunes como el respeto, la compasión, la confianza en el Estado de Derecho. Es cierto que hay muchas fallas y carencias en nuestras instituciones, pero deberíamos mejorarlas entre todos, en vez de pretender reinventarlas con cada nuevo gobierno. La democracia es un asunto dinámico y progresivo, va sumando acuerdos y aportes de gobiernos y generaciones anteriores.

Le pediría al Presidente Piñera que redescubra nuestra narrativa nacional, que restaure el sentido de comunidad, de pertenencia a un pasado y a un futuro común. El gran problema de Chile hoy no es la economía ni son las diferencias políticas; lo que nos está complicando es la falta de confianza, entre nosotros y en nosotros mismos.

Necesitamos recuperar el apego.

Nuestra sociedad se formó sobre la base de un apego fundacional, un fuerte respeto a los padres, a las leyes, a la palabra empeñada, a un conjunto de acuerdos tácitos que llamábamos orgullo nacional y sentido de comunidad. Un estadista está llamado a hacernos sentir parte de algo más grande que nosotros mismos, que es Chile. Una vez recuperado el sentido de pertenencia, podremos tener más éxito en combinar libertad, derechos y deberes.

Le pediría al Presidente que convenza a los grandes empresarios de que la responsabilidad social no es una carga ni una desgracia, sino un camino seguro hacia la paz. Y que oiga a los jóvenes que no están felices con una economía que busca la -muy necesaria- rentabilidad material, pero en la que suele olvidarse que también existe la integradora rentabilidad social.

Si el Presidente Piñera pusiera su mejor esfuerzo en incorporar los anhelos y sentimientos de esa gran mayoría silenciosa de chilenos humildes y trabajadores -no solo de vociferantes dirigentes-, invitándolos y oyéndolos con respeto, creo que podríamos lograr esos acuerdos olvidados, para que cada uno pueda usar dentro del bien común su propia libertad. Pero si no recuperamos el sentido de pertenencia, aunque la economía crezca, no se darán los hábitos virtuosos que hacen posible un progreso real, inclusivo y duradero.

Chile: Ni tan a la izquierda, ni tan a la derecha….

Por Roberto Hernández Maturana

La última elección presidencial y la contundente victoria electoral de Sebastián Piñera, ha hecho preguntarse a muchos chilenos si somos un país mayoritariamente cargado a la izquierda o a la derecha…

Llama la atención que muchos de nuestros políticos… especialmente algunos jóvenes que nos dicen que vienen a renovar la política…, no se hayan percatado que hace un tiempo, los chilenos estamos saliendo de esos viejos esquemas  guiándonos mas bien por nuestra propia libertad.

Marta Lagos, directora de Mori Chile, señalaba ya el año 2013 que “Chile es el país de América Latina más desideologizado: 38% de la gente no se ubica en la escala izquierda-derecha, es decir, cuatro de cada diez chilenos no se identifican ni con la derecha ni con la izquierda». Manifestaba entonces que  eso decía relación con la no participación en el sistema de partidos y con el sistema binominal que según ella «había estigmatizado a la izquierda y la derecha como incapaces de solucionar los problemas de la gente”.

Chile con distintos gobiernos, unos con mejores resultados que otros (algunos bastante deficientes), sigue siendo un país que ha elevado sus índices de crecimiento económico, aun cuando persiste una enorme brecha entre quienes se perciben como pobres y los más ricos. Según un Informe Latinobarómetro del mismo año 2013, nuestro país se evidenciaba entonces como uno de los más desideologizados de la región, ya que sólo cuatro de cada diez chilenos se identificaban entonces políticamente con un sector de las izquierdas o derechas tradicionales.

Hay concepciones y autopercepciones que el tiempo naturalmente parece ir borrando lentamente. Los chilenos parecen comprender sobre las limitaciones de nuestros recursos y los paisajes privilegiados que no hemos sabido aprovechar; hemos dejado atrás con realismo aquello de que nos encontramos «ad portas de alcanzar el desarrollo,» aun cuando sigue siendo una meta deseable. Los chilenos en general nos definimos como gente trabajadora, esforzada y muchas veces defraudada y subvalorada.

Abundan hoy rasgos de profunda despolitización.  Se evidencia que la crítica a la desigualdad no viene de la mano con el deseo de instaurar una ideología que vea de manera diferente la forma de relacionarse de los ciudadanos con sus autoridades. Más bien persiste entre los chilenos un cierto desprecio por sus instituciones y a la política.

El identificarse con ser de derecha o de izquierda parace ser más bien un obstáculo que limita tus decisiones de voto y parece ser fuerte la percepción de que las injerencias del mundo empresarial están en todo lo relacionado con el quehacer diario de los chilenos, lo que se mezcla con la percepción de que las ideologías no valen. Hoy hablar en nombre del pueblo no significa nada y la dicotomía dictadura/democracia ya no describe la realidad chilena actual.

De este modo, la política formal ya no parece aceptable y no evidencia ninguna efectividad para la vida cotidiana de los ciudadanos, dudándose de su capacidad de generar cambios reales. Por otra parte, se ha hecho evidente que los movimientos sociales no han logrado esa relevancia que en un principio le asignábamos, asociándoseles más bien con violencia, destrucción y daño hacia lo que otros, es decir todos los chilenos, han logrado construir día a día con tanto esfuerzo.

Pareciera ser que los ciudadanos de esta larga y angosta faja de tierra ha llegado a concluir que mas que la protesta y la molestia social evidenciada en acciones violentas o contestatarias (al menos por ahora), será  la suma de nuestras pequeñas acciones diarias lo que tendrá que generar algún efecto positivo las  que deberán ser incrementadas por las nuevas generaciones,  concluyendo después de todo que aunque el modelo no esté tan bien y necesite algunos cambios, finalmente el consumo y las posibilidades que ofrece tampoco está tan mal.

Pareciera que la mayoría de los chilenos apuesta hoy por un estado que genere oportunidades, un Estado moderno al servicio de la ciudadanía, que dé centro de gravedad en abrir oportunidades a todos los chilenos, sin menoscabar la dignidad de las personas. La ciudadanía al final del día parece entender que la superación individual para cambiar su propia realidad actual es el eje de su propia vida y la de su familia, siendo el derecho de poder ejercer responsablemente su propia libertad en un marco de orden y respeto donde, frente a la ley, somos todos iguales la única forma donde podremos alcanzar la mayor forma de satisfacción con nuestras vidas.

Queda aún por cerrar las últimas heridas del pasado, entender que nuestra historia no comenzó el 2017, sino que fue forjada día a día, y que cada momento tuvo un contexto que hoy no podemos juzgar sin estar permeados por lo que la historia no ha contado, sino susurrado a la oreja izquierda…. Quizás es tiempo de que todos los chilenos comencemos a escuchar con ambos oídos …

 

La decisión de Mariana

Por Carlos Peña González

En estos días -especialmente luego de las declaraciones de Mariana Aylwin, quien dijo sentirse más cerca de Chile Vamos que de la Nueva Mayoría- ha vuelto a rondar en el espacio público chileno una pregunta muda:
¿Cuál es el lugar de la Democracia Cristiana?
Al comienzo su lugar no fue el centro.
No.

Su lugar fue el camino propio, un camino jamás hollado que ella misma pretendió inaugurar, una tercera vía intermedia entre el capitalismo y el socialismo, una utopía sincrética, por llamarla así, que anhelaba tomar lo mejor del uno y del otro creyendo que con ello se sentaban las bases de la nueva cristiandad.
El resultado ya se conoce.
Cuando el centro quedó despoblado (no porque la decé lo hubiera abandonado, puesto que nunca lo ocupó, sino porque al radicalizarse privó de sentido al Partido Radical), observó en sus estudios Arturo Valenzuela, el sistema político se desquició. Al no existir un ente que mediara entre los intereses de las mayorías excluidas (entonces existía proletariado de veras) y los grupos dominantes (el llamado bloque oligárquico), las instituciones en su conjunto se volvieron partisanas, perdieron neutralidad, y la democracia se quebró.
La utopía sincrética de la decé había contribuido a dibujar la pesadilla.
La posición de centro de la decé en todas las décadas que siguieron a la dictadura fue el resultado de ese recuerdo que en ella pareció, durante muchos años, operar como un trauma que teledirigía su conducta. La idea de que si el centro se despuebla -la creencia de que si nadie cumple ese papel-, la democracia cruje.

Ese trauma fue el combustible con el que la decé operó buena parte de estos años y fue ese mismo combustible, ese trauma, la que la llevó, casi sin darse cuenta, a adquirir un papel meramente funcional en el sistema político y en la coalición de izquierda: ser el centro, la pieza de un engranaje que encontraba su sentido nada más que en hacer funcionar la máquina de la que formaba parte.
Ese papel que, mirado al trasluz de los sueños iniciales, parece levemente indigno, se acentuó en el segundo gobierno de la Presidenta Bachelet, donde la decé se vio incluso obligada (obligada por un papel que ya no podía fácilmente abandonar) a alejarse de lo poco que en la coalición podía exhibir como idiosincrásico: su tibio conservadurismo moral. La Presidenta Bachelet obligó a la decé a ser leal al gobierno, y la decé lo fue; pero el precio fue alto: dejó de ser leal a sí misma.
Esa es la situación de la DC que las declaraciones de Mariana Aylwin -que no revelan la voluntad de migrar, sino la conciencia lúcida de no estar en parte alguna- ponen de manifiesto.
Se trata de una crisis profunda -¿puede haber una crisis más profunda que desconocer el propio lugar?- que se acentuó ahora que la Nueva Mayoría ya no está arrullada por la mayoría. El murmullo de la mayoría apaga el ruido de la propia frustración; pero, ahora que la mayoría está del otro lado, ¿qué podría apagarla? El poder alcoholiza y apaga los fracasos más íntimos, pero cuando se va, igual que cuando el alcohólico por pobreza o enfermedad debe abandonar el alcohol, los fracasos salen a la luz.
Eso es lo que le ha ocurrido al partido.
El sentido de su lugar en el sistema político -ser el centro que evita los excesos- se acaba de perder o de extraviar, puesto que una vez que la máquina deja de funcionar, ¿qué sentido puede tener ser nada más que parte de un engranaje? Mientras la máquina se movía y el Estado estaba al alcance de la mano, la pobreza ideológica se compensaba con la ilusión de estar al mando; pero una vez que eso se esfumó, la verdad sale a la luz: la DC es el partido de los tropiezos que ha transitado desde presumir tener un camino que nadie había hollado nunca (el camino de Frei padre, de Tomic) a ser el compañero de una ruta que ella no diseñó ni siquiera un ápice.
La decisión de Mariana Aylwin de manifestar su desazón ideológica (que los simplones ven como un abandono o una traición) es de las cosas más auténticas de este último tiempo.
Después de todo, no hay mayor autenticidad que la de reconocer un fracaso.

El “Ajedrez Político” y la “Pascua del Soldado”

Por Cristián Labbé Galilea

Fueron varios los parroquianos que se quejaron, en nuestra última reunión, por la chifladura que se vivía en estos días… “este mundo está trastornado, todos corren, los centros comerciales están atiborrados de gente comprando… las ofertas y los “sale” son de locos”.

Claramente no era el protagonismo del viejo pascuero, ni el que el pesebre se haya cambiado por un “árbol nevado” (en pleno verano)  lo que inquietaba a mis contertulios. El tema de fondo era… “¿qué va a pasar en el futuro inmediato… cómo se van a mover las fichas en el “ajedrez político?”.

Las opiniones se centraron en que, en el último tiempo, el país se había polarizado, y que, para muchos de los actores políticos, “el tablero y las fichas”, o eran blancas, o eran negras… Uno de los presentes pontificó: “Por lo mismo, lo primero que hay que hacer es pacificar los espíritus, actuar con sensatez y sabiduría… Ya se verá quien oficia de alfil, de torre, o quiénes serán los peones de primera línea…, por ahora, hay que sumar…”

Las especulaciones de “cuáles serían las jugadas maestras”, cedieron, después de un tiempo, el paso a las reflexiones sobre lo importante que era restablecer el sentido de la navidad.

Hubo coincidencia en que la modernidad conspiraba contra las tradicionales formas de celebrar estas fiestas. Los ejemplos sobraron: “en el pasado las tarjetas de pascua se escribían a mano y se mandaban por correo; los regalos eran sencillos juguetes que nuestra infantil imaginación activaba…; hoy basta un click y se saluda a cientos de “contactos”…; los mágicos villancicos inundaban la casa, las tiendas y los lugares públicos…”

“…disponemos de internet, youtube, netflix etc., pero lo que no ha cambiado -y que hay que rescatar- es el verdadero espíritu de la navidad, ese que nos fue transmitido, entre otras cosas, a través de cuentos como “Christmas Carol” (Canto de Navidad) de Charles Dickens (1843), que narra la historia de un hombre huraño (Mr. Scrooge) que odia la navidad y que cambia su actitud debido a la visita de tres fantasmas – el de las navidades pasadas, presentes y futuras-…”.

Habíamos pasado del ajedrez político del presente, al pretérito y romántico espíritu navideño… Sin querer “aguar” tan hondas reflexiones de nuestra infancia, comenté: …“si hablamos de construir un futuro de concordia y unidad nacional en estas fiestas, y dado el espíritu que se respira en esta época, no podemos olvidar a… esos viejos batallones de soldados, que se encuentran  privados de libertad.

…Esos veteranos -que en el pasado eran apenas unos mozalbetes- defendieron la libertad de nuestra sociedad y hoy, producto del odio y la venganza, se encuentran “prisioneros del pasado”, sin que se repare, en la injusticia y la asimetría jurídica que eso representa, mientras los causantes de esos aciagos días gozan de total impunidad y en muchos casos, de jugosos beneficios económicos”.

Al terminar nuestra semanal tertulia, concluimos que: asumir este tema constituía una prioridad para quienes tienen algo que decir y/o hacer en el futuro gobierno, y que el espíritu navideño, así como la justa reparación histórica, nos obligaba, no solo a “jugar el ajedrez político” comentado, sino que además, teníamos el deber de llevar esperanza a esos soldados y a sus familias, para que -como lo hicieron por mucho tiempo-  pudieran celebrar debidamente “la pascua del soldado”.

Definiciones políticas del Frente Amplio

Editorial diario La Tercera, 3 DIC 2017

Había expectación por saber qué decisión adoptaría el Frente Amplio (FA) en relación con el balotaje, específicamente si daría su apoyo al senador Alejandro Guillier, abanderado de la Nueva Mayoría. Para esos efectos distintos movimientos del FA celebraron asambleas y plebiscitos, a fin de consensuar una postura común. La decisión final, que fue comunicada por la ex candidata Beatriz Sánchez, causó perplejidad, pues en definitiva se resolvió dejar en libertad de acción a sus adherentes, sin expresar un apoyo directo a Guillier, aunque el bloque dejó en claro que votar por Sebastián Piñera representaría un abierto retroceso.

Tras comunicarse la decisión, surgieron voces críticas por esta aparente ambigüedad, la que sería impropia de un referente que acaba de conquistar un capital político relevante y que por lo mismo podría llegar a ser determinante para inclinar la balanza en segunda vuelta. Pero lo que aparece como una inexplicable indefinición, en realidad parece responder a una estrategia perfectamente consistente con los objetivos que el Frente Amplio se ha trazado, que consisten esencialmente en constituir una fuerza totalmente diferenciada de la izquierda que hasta ahora ha detentado el poder -quizás con la aspiración última de convertirse en la gran fuerza que aglutine a la izquierda chilena-, y representar una bocanada de aire fresco que renueve la política.

Así, estos objetivos -por cierto legítimos- son incompatibles con la posibilidad de aparecer plegados a las banderas de la Nueva Mayoría, respecto de la cual se han manifestado abiertos opositores. Sus bases parecen haber internalizado que aun cuando su apoyo hubiese sido meramente electoral, con ello también habrían asumido el riesgo de ver perjudicada su imagen triunfadora en caso de que Guillier fuera derrotado, posibilidad que no cabe descartar ante una probable estrecha definición en segunda vuelta.

Asimismo, aparecer negociando un programa a cambio de sus votos también implicaría una suerte de condescendencia, renuncia o morigeración de sus propios postulados.

Un primer elemento tras el éxito político del FA fue disimular los postulados convencionales de una izquierda radical, presentándolos como el resultado de la reflexión libre y espontánea de los ciudadanos. Lo esencial, en la “Hoja de Ruta” de Beatriz Sánchez, fue la promesa de una nueva forma de hacer política: nunca más un programa desde los “expertos”, que el pueblo deba tomar o dejar. Todas las opiniones valdrían lo mismo y nadie guiaría esta elaboración en un sentido o en otro. Curiosamente, sin embargo, esta supuesta deliberación genuina, no guiada, devino,

sistemáticamente, en un marcado igualitarismo. En definitiva, las propuestas del Frente Amplio parecen ser siempre la expresión de un deseo, como “una fuerte estrategia de innovación y desarrollo” seguida por la consecuente receta estatista para lograrlo, “un estado emprendedor, que asuma los riesgos que le pueden traer un bienestar a la sociedad, que apueste por nuevas ideas”.

No cabe duda de que esta marcada línea ideológica será un elemento cohesionador para unir a las disimiles fuerzas que conviven dentro del FA. Solo el tiempo dirá si este conglomerado logra agregar valor a propuestas que van a estar bajo escrutinio, o si su atractivo se diluye a medida que pierde novedad.

Cantinflear

Las minorías hacen las mayorías

Por Cristián Labbé Galilea

Los días posteriores a la primera vuelta electoral podrían haber sido una muy buena oportunidad para que la alta política demostrara sus pericias y sus “mejores juegos”. Con solo dos protagonistas -las dos primeras mayorías simples- tratando de seducir a una retahíla de minorías variopintas, debiéramos haber sido testigos de un extraordinario despliegue estratégico y de una batería de sabios argumentos, destinados a convocar a los dispersos de ambos lados del espectro político.

Por el contrario, lo que hemos visto no es más que una vergonzosa proliferación de arrebatos comunicacionales y “ofertones” que a todas luces resultan burdos, poco espontáneos y escasamente creíbles… ¡En verdad, patético!

En cuanto a las minorías, las de izquierda, con dudosa honestidad, se han dejado querer buscado fórmulas mágicas para mantenerse en la mejor posición posible los próximos cuatro años, y han regateando su apoyo sin animarse (por ahora) a respaldar explícitamente al candidato que lleva las de perder.

En las trincheras del aspirante de la sociedad libre (Chile Vamos) hay un marcado interés por atraer los restos de la DC (hoy defenestrada), ignorando a cambio, con torpe arrogancia, las minorías que debieran serle más cercanas… (“total –es la idea subyacente- no tienen más opción”).

Olvidan los “señores políticos” (con minúscula) que una mayoría es la suma de minorías, que… las minorías son los ingredientes de toda mayoría exitosas, y que gracias a esas minorías es como se logra, la confianza y el respeto de todos. Delicado olvido que demuestra el desinterés por hacer buena Política (con mayúscula)… para ellos lo único significativo es mantener o conquistar el poder, ¡a como dé lugar!

Quien nos advierte de lo anterior es Alexis de Tocqueville (político e historiador francés -siglo XIX- defensor histórico del liberalismo y de la democracia). En sus obras sostiene que una democracia es realmente tal, cuando se protege a las minorías de la tiranía mayoritaria.

En pocos días más habremos elegido a quien nos ha de gobernar los próximos cuatro años, pero la gobernabilidad y la estabilidad no la darán los porcentajes de las elecciones, sino la garantía de que, se presidirá con la mayoría y que se respetarán las minorías…

Quienes votaron por Kast (entre ellos la familia militar) están dispuestos a votar por el candidato del sector, pero para que ello suceda se requieren interlocutores capaces de generar, discretamente, confianza, más que andar haciendo “payasadas comunicacionales”…

Por último, es importante advertir que en una auténtica democracia nadie tiene el derecho de “comerse toda la torta” o creerse “el dueño de la pelota”. Si bien es principio fundamental de la democracia que el gobierno lo ejerza la mayoría, dicho principio se perfecciona con el concepto de “mayoría demarcada”, donde la mayoría, si bien decide, en ningún caso puede decidir… la exclusión de las minorías.

Dos visiones de sociedad en juego

Por Nicolás Ibáñez Scott

Todo parece indicar que no tenemos un consenso acerca de qué tipo de país queremos legarles a las generaciones futuras.

La aspiración de llegar a ser un país plenamente desarrollado, que ofrece oportunidades donde todos los ciudadanos ganan en dignidad y prosperidad, no es la visión compartida que una vez tuvimos.

Esta elección no va a ser un proceso donde se diriman las propuestas y los equipos más aptos para tomar la próxima posta en un ciclo virtuoso de continuidad y cambio, propio de una sociedad democrática y civilizada.

Hay esencialmente dos visiones de sociedad en juego que conducen a estilos de vida muy diferentes y a resultados diametralmente opuestos.

Por un lado, la opción «garantista», que pone el énfasis en las seguridades por sobre las oportunidades: llegar a ser un país desarrollado plenamente, con el esfuerzo y responsabilidad que eso implica, no es lo relevante. Perseguir el ideal de una sociedad más «justa» es lo que supuestamente movería a los corazones. Que el país decaiga, que la ciudadanía tenga que someterse a los dictados del Estado, que se genere dependencia, que sigamos siendo parte de la mediocridad latinoamericana, es secundario. El bien común es el bien de «la sociedad». La primacía la tiene la sociedad y el individuo debe supeditarse a los dictados de los que saben qué es mejor. Se propone una nueva Constitución para impulsar una sociedad nueva.

Por otro lado, está la opción desafiante, que pone el énfasis en las oportunidades que genera un país pujante, con un Estado moderno al servicio de la ciudadanía, que focaliza su accionar en abrir oportunidades sin menoscabar la dignidad de las personas. El foco es la superación individual para cambiar la realidad concreta que enfrenta cada ciudadano. El bien común es el bien de cada cual, obtenido en sociedad. La primacía es la persona y el ejercicio de su libertad responsable en un marco de orden y respeto donde, frente a la ley, somos todos iguales.

Era dable suponer que la esforzada clase media chilena iba a juzgar las experimentaciones de la Nueva Mayoría de una manera más crítica que lo que pasó en la primera vuelta.

La idea de profundizar la suplantación de un modelo supuestamente mercantilista e individualista que sería propio del llamado «neoliberalismo, por un concepto colectivista que ofrece garantías de justicia social (aun cuando implique desempolvar viejas teorías que solo producen miseria), es una corriente que, al parecer, ha ganado adeptos. ¡La fuerza de los jóvenes del Frente Amplio, más radicales que la Nueva Mayoría, con su llamado a «…cambiar las estructuras desiguales de poder en Chile… de crear un país distinto… con una política distinta…» es una realidad a tener muy en cuenta!

Este contexto revalida la importancia de la política e impone una triple tarea; a saber: instruirnos mejor acerca de lo que está en juego; dejar la pasividad y pasar a ser ciudadanos comprometidos; definitivamente salir a votar en masa por Sebastián Piñera, quien, junto a un equipo experimentado, encarna un programa que conduce a un Chile más libre, más digno, más próspero y en paz.

¡Viva la política!

 

Se entiende mal a Asia

Por Guy Sorman, economista y filósofo francés

«Los occidentales deberían dejar sus ideas preconcebidas sobre la historia y la cultura asiáticas».

Sería agradable pensar que la falta histórica de entendimiento entre Oriente y Occidente – «El Oriente es el Oriente y el Occidente es el Occidente, y jamás se van a encontrar», dice el conocido verso de Rudyard Kipling- se había aliviado gracias al comercio, los viajes e internet. Pero este no parece ser el caso, a juzgar por los errores persistentes que han cometido líderes, comentaristas y la ciudadanía en general en nuestras relaciones con Asia.

Considere primero Birmania, que también se conoce como Myanmar. A los occidentales les sorprende que Aung San Suu Kyi, la ex disidente birmana y actual líder, haya apoyado con su autoridad la expulsión masiva de musulmanes de Birmania a Bangladesh. ¿No es ella la santa de la democracia oriental, adorada por los medios occidentales, ganadora del Premio Nobel de la Paz? Los occidentales pasan por alto que lo que yace oculto detrás de su rostro amable es la máscara de hierro de una budista extrema, total y absolutamente hostil al islam. Suu Kyi hace poco le manifestó a un visitante estadounidense que Birmania no se permitiría sufrir el destino de Java (Indonesia), la que era hindú antes de ser musulmana; hace mil años. ¿Cómo puede una budista actuar con esa violencia contra una tribu de rohingyas, campesinos pobres, difícilmente equipados para conquistar Birmania? ¿No es el budismo esencialmente pacifista?

De hecho, no lo es. Hipnotizados por la bondad viviente que es el Dalai Lama, preferimos no saber que los tibetanos eran un pueblo guerrero que invadió China más de una vez. Preferimos olvidar que los budistas de Sri Lanka exterminaron a los tamiles hindúes y nunca nos interesamos mucho por los predicadores fanáticos de Birmania o Tailandia, que son enemigos implacables de los budistas moderados y las minorías musulmanas. Deberíamos abrir los ojos a ese otro Oriente, y reconocer que el budismo, al igual que todas las religiones, genera sus fundamentalistas e inquisidores.

No entendemos mucho mejor la civilización coreana. Desde Occidente, Corea a menudo se ve como una zona confusa, de transición, una mezcla, de algún modo, de civilización china y japonesa, lo que no es en absoluto. Las tradiciones chamanistas y los orígenes mongoles de la península, la vitalidad de su confucianismo y la coexistencia no siempre pacífica de sus religiones orientales con el cristianismo hacen de los coreanos un pueblo único. Durante una larga historia, los coreanos nunca han dejado de luchar por el reconocimiento de su singular identidad, en Asia y ahora en Occidente. El nacionalismo coreano es fuerte tanto en el Sur como en el Norte.

La disputa entre Norte y Sur no es solo ideológica y militar, sino también cultural. Cada lado sostiene que representa a la verdadera Corea, y la relativa legitimidad del Norte para los norcoreanos -y a veces para los surcoreanos también- tiene que ver con este carácter coreano supuestamente auténtico, contrario al Sur «occidentalizado». Sin tener conocimiento de esta competencia cultural, es imposible entender la naturaleza del conflicto entre las dos Coreas, o la desconfianza coreana con respecto a China y la hostilidad hacia Japón; ellos mismos enemigos eternos. El sentido de distinción cultural también explica su desprecio, que difícilmente se disimula en el Sur, por los estadounidenses.

China representa la apoteosis del malentendido entre Oriente y Occidente. Los comentaristas occidentales vieron el ascenso de Xi Jinping al rango de emperador de facto de China durante el Congreso del Partido Comunista como algo normal y predecible, puesto que China siempre ha tenido un emperador. Es como si no hubiera nada más que entender. Pero esto es ignorar lo que China ha llegado a ser y su historia, y aceptar una leyenda que se remonta a la época de Marco Polo.

La China real es algo bastante diferente: 2 mil años de conflicto entre emperadores autoritarios y las provincias independientes; una guerra social permanente entre la burguesía comercial y la burocracia imperial; una revolución republicana en 1911; y una clase intelectual y clero que han adoptado la causa de la libertad desde la época de Lao Tse hasta Liu Xiaobo. El Partido Comunista ha puesto una tapa hermética sobre esta larga historia diversa y nosotros los occidentales confundimos la tapa con la sociedad china. Aceptamos al pie de la letra la idea de que la ideología que confeccionó Xi -un tercio marxismo, un tercio capitalismo y un tercio confucianismo, sazonado con violencia y corrupción- es una imagen precisa del alma china. Esta es la misma forma en que nosotros en Occidente vimos las cosas hasta 1911, cuando Sun Yat Sen destronó a la dinastía Manchu. El ascenso de Xi no estaba predestinado, sino más bien fue el trabajo de un régimen ininteligible, y por lo tanto impredecible.

¿Puedo mencionar a India, cuya tasa de crecimiento poblacional duplica la de China, y la que pronto va a tomar su lugar como la nación más populosa de la tierra? Esta civilización es tan compleja y sus dioses y lenguas tan numerosos, que difícilmente escuchamos de esta en los medios, excepto en casos de inundaciones o accidentes ferroviarios; a pesar del hecho de que, como una democracia, es un país que deberíamos ver como un aliado natural.

Una ilustración perfecta de nuestra incomprensión de Asia está contenida en la obra «M. Butterfly», de David Hwang. Recién se estrenó una nueva producción de ella en Broadway, cuya dirección está a cargo de Julie Taymor, una de las compositoras de «El Rey León». La obra se basa en una historia verdadera de amor y espionaje entre un diplomático francés en China y una cantante de la Ópera de Beijing. El diplomático descubre, un poco tarde, que su amante es un hombre. En nuestra infinita fascinación con el Oriente, y nuestra buena disposición para suspender el rigor crítico cuando encontramos las diferencias de nosotros mismos, no somos distintos del diplomático engañado en «M. Butterfly». Es un imperativo para las personas serias que eviten las trampas románticas, orientalistas en nuestros encuentros con Asia.

Permítannos terminar, igual que como empezamos, con Kipling. Las primeras líneas de su balada se citan en forma interminable, pero no las líneas siguientes, las que las contradicen:

Pero no hay Oriente ni Occidente, Frontera, ni Raza, ni Nacimiento,

Cuando dos hombres fuertes se paran frente a frente, aunque provienen de los confines de la tierra.

Kipling recomienda fuerza, pero fuerza basada en el conocimiento.